Eso sí es teletrabajar, pero cuando fluye la energía y el pensamiento no existen distancias ni límites. El viticultor y enólogo australiano Gavin McBurney volvió a confiar al estudio barcelonés JJ Bertran el diseño de su segunda colección de vinos, con la consigna abierta de tratar las relaciones humanas. La solución es conceptualmente clara y gráficamente potente, y nos sitúa frente a unos vinos que podrían ser la bebida oficial de un Woodstock del siglo XXI.
Este proyecto tiene un aire raro, al margen, enigmático. Empezando por el nombre.
Oentologie es la suma de enología y ontología, es decir, conocimiento. En Oentologie existen muchas capas superpuestas, muchas referencias y una fuerte carga de pensamiento y reflexión. Así es su creador, un self-made man con muchas influencias de los movimientos contraculturales de los sesenta y los setenta.
Es la segunda serie de etiquetas que le diseñáis.
Sí, es una secuela destinada a la gama de vinos más fáciles, de mayor producción y para un segmento de mercado menos exigente. Quizás más comerciales, pero sin salir del carácter indie que tiene toda la producción de Oentologie.
Visualmente, ¿cuál es la diferencia entre las dos series?
Las primeras eran más pictóricas y conceptualmente más complejas. Más simbólicas y más interpretables. Estas segundas son más locas y, de entrada, más raras. Pero ambas gamas comparten un marco expresivo similar.
¿Responde todo esto al briefing inicial del cliente?
Gavin McBurney no tenía una idea de cómo enfocar esta secuela, más allá de la atmósfera general cercana a la filosofía, la espiritualidad y el humanismo. El briefing estaba muy abierto, pero se basaba en un mensaje claro.
¿Qué debía comunicarse?
Una necesidad humana básica: la conexión entre personas. Decidimos mostrar esa relación a partir de una representación ilustrada de los sentidos. Pero más que órganos o acciones, hablamos de emociones. Emociones y energías a través de los sentidos, creando un diálogo y una transformación entre seres humanos. Y es que el juego de los sentidos da vida. Buscábamos que estos conceptos e imágenes destilaran positividad y optimismo.
El resultado recuerda a ilustraciones de los años setenta.
Quisimos vincular el espíritu de la época hippy con una mirada actual. Reinterpretamos un pensamiento muy intelectual, con una mezcla de mística, aprendizaje y autoconocimiento. El proceso creativo y de dirección de arte fue muy orgánico. Investigábamos, pensábamos y al mismo tiempo íbamos creando las ilustraciones, que son obra de María (Oldecop). El propio Gavin relacionaba la evolución de las etiquetas con una especie de cadena de ADN que se iba recreando.
Más allá de estas connotaciones, ¿cómo valoráis la dimensión comercial de la serie?
Son etiquetas atractivas, más digeribles o «empáticas» que las primeras, que tenían un componente más intelectual. Estas son más directas y permiten un reconocimiento más fácil: para mucha gente son «la etiqueta del ojo», «el vino del beso», etc.
¿Llevan contraetiqueta?
Sí, para nosotros es una pieza muy importante, porque ofrece una oportunidad adicional de generar mensaje. La contra de Oentologie es un triángulo que contrasta con la frontal ovalada; su contenido aclara, apoya y amplifica el juego de equilibrios de toda la propuesta.
¿Cómo es trabajar para un tipo de productor o bodega tan «extremo»?
Nosotros siempre intentamos trabajar con la máxima libertad, pero siempre dentro de las necesidades de comunicación del cliente. No nos equivocamos: no somos artistas y no se nos va la olla. Asumir ciertos riesgos gráficos no significa «hacer por hacer». Somos muy serios. Cuando es necesario imaginar lenguajes fuera de los códigos comunes para posicionar al cliente, lo intentamos hacer. Y cuando debemos proveer de servicios de diseño a clientes que trabajan desde el marketing más limitante, lo hacemos igual. Nos adaptamos. El mensaje es el del cliente, y nosotros simplemente lo filtramos con nuestra interpretación.